enero 21, 2003
Hace cuatro semanas, dos días y nueve minutos, bajando de un vagón del trolley en la estación Iris Avenue, me cayó en la cabeza una caja semivacía de Clorets. Fue más el susto. Después de estrujarme el cabello por el profundo miedo que tengo a las avispas -que viene de mis ocho años de edad cuando una avispa roja y gigante, de patas colgantes, me siguió en un parque hasta clavarme el aguijón a centímetros del testículo derecho-, me di cuenta que no había insecto de por medio, sino la caja de Clorets con las últimas tabletas.
El edificio más cercano estaba a 100 metros y la caja había caído en línea vertical. Empecé a preguntarme quién estaría lanzando cajas semivacías de Clorets desde lo alto, por qué semivacías, por qué encima de mí, cuando me intrigó un resplandor publicitario de la caja:
Clorets con clorofila
He visto el promo en TV y no me lo había preguntado, pero parece lo más extravagante del consumismo desde el lavaplatos con internet Whirlpool. Un producto aderezado con lo absurdo, un plus totalmente desvinculado de la necesidad que proveé, pero que ahora vende más, algo que no comprendo.
Tal vez no sea la clorofila que sabemos, puede que sea otra y no la de siempre. Será la mímica ejecutante de un chicle nuevo y desorbitante, un chicle vil por el que un día seré capaz de cambiar diez años de felicidad por unos minutos de su aliento, será un abanicazo de frescura.
Pero no es clorofila.
No puede ser.
Me niego a que lo sea.
Podrá la industria del chicle, abanderada por la monolítica Adams, diseñar chicles de inusitada calidad y manipular su química para encender en nuestra boca efectos de Bahía Cochinos. Pero la clorofila existe para un solo fin, sencillo y malhumorado: hurgar y escamotear en los cascos y enramajes, aplicar una ecuación de sol y hartar de verde los acantilados, los ventanales de tu celda, el asiento trasero de los viejos Rambler, Scirocco y Valiant por los que ya nadie pregunta ni paga.
Además, suponiendo que lo sea -finalmente Adams y Warner Lambert reclutan a los mejores Ingenieros en Mascarología-, la clorofila debe tener su genio. Ya veo la manera de tomarlo, cuando en lugar de encarrilarse al ascenso dormilón de un tallo se vea nadando a borbotones en la turbulencia de tu sangre, verás cómo te las arreglas.
Eso por hablar de un producto natural, que a todos y a nadie pertenece. Porque los Clorets llevan también fórmulas de titanio, que seguro dan tonalidad, y goma laca, esa noble resina. Tan noble que es extraída por adolescentes de la Isla Maystick que la mascan largas horas para fabricar condones.
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